La calidad del aire en las ciudades, clave para su sostenibilidad

La sostenibilidad es uno de los principales desafíos en la actualidad, tanto para el sector privado como para el sector público. El desarrollo sostenible se revela como un desafío urgente que está presente también en las agendas de la administración pública y protagoniza los afanes de los organismos internacionales. Así, Bruselas celebra desde 2005 (durante el mes de junio) la Semana Europea de la Energía Sostenible, que pretende dar a conocer aquellas formas de energía que sean bajas en carbono y, por tanto, menos contaminantes y más sostenibles. Durante esa Semana, las Instituciones Europeas quieren demostrar a representantes de la industria, científicos, expertos, personas que pueden tomar decisiones y al público en general que las tecnologías de las energías sostenibles son viables y rentables para el medio ambiente.

Y es que la necesidad de crear urbes más sostenibles es evidente. Para conseguir que las ciudades sigan siendo el motor económico y de desarrollo social, la ONU asegura que es imprescindible mejorar las infraestructuras, el transporte y la salud de los nuevos habitantes y seguir buscando la manera de alcanzar el equilibrio entre progreso y sostenibilidad. “Las ciudades se enfrentan en el siglo XXI a un reto sin precedentes. Su misma existencia está amenazada por las consecuencias del cambio climático. Su cohesión social y su estabilidad están amenazadas por la exclusión y las desigualdades. La calidad de vida y la salud de sus habitantes se ve cada día más perjudicada por el deterioro de la calidad del aire y del agua”. Ya en 2006 estas declaraciones de Naciones Unidas servían de colofón al World Urban Forum, organizado por la ONU en la ciudad canadiense de Vancouver, convirtiéndose en una realidad presente todavía en la actualidad.

Así pues, garantizar la calidad del aire sigue siendo uno de los mayores desafíos. La teoría que avala la estrecha relación existente entre el progresivo calentamiento global y las emisiones tóxicas ha ganado adeptos de forma progresiva desde que fuera formulada por primera vez a finales del siglo XIX por el científico sueco Svante Arrhenius que publicó el estudio “Sobre la influencia en la temperatura del suelo del ácido carbónico en el aire” en 1896. Ya en 1930 se confirmó que la toxicidad atmosférica estaba realmente aumentando, y a finales de los 50 se afianzó está confirmación con el desarrollo de técnicas de medida altamente precisas. En los 90, la teoría del calentamiento global fue por fin ampliamente aceptada, con algunas reticencias en un primer momento. Hoy en día es uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la humanidad, y los expertos apuntan a que el incremento de las emisiones  tóxicas provoca alrededor del 50-60% del calentamiento global.

A la hora de adjudicar responsabilidad a los distintos sectores de actividad, el de transporte se lleva gran parte de ella, junto con los combustibles fósiles. Se prevé además que la población mundial se duplicará entre 1980 y 2030, un hecho que hace todavía más urgente la reducción de emisiones y que añade una preocupación más: dado que el carbono es la principal fuente de energía, un incremento poblacional de tal calibre necesitará mucha más energía.

Así las cosas, las fuentes energéticas alternativas siguen ganando camino.  Hasta tal punto que Bruselas se ha marcado recientemente como objetivo que no circulen coches de gasolina o diesel dentro de las ciudades europeas en 2050. Éstos deberán ser sustituidos progresivamente, según Bruselas, por vehículos eléctricos, vehículos con motor de hidrógeno, vehículos híbridos, así como por el transporte público y el transporte en bicicleta y a pie. Para acelerar esta transición, el Ejecutivo comunitario propondrá en un futuro un sistema común para las ciudades que quieran introducir peajes urbanos, como el que ya existe por ejemplo en Londres con el fin de reducir la congestión. Además, Bruselas primará con más fondos comunitarios a las ciudades que elaboren planes de transporte sostenible.

En este sentido, cada vez está más extendido el uso del vehículo eléctrico como alternativa a los vehículos propulsados con combustibles derivados del petróleo. Entre las ventajas de la movilidad eléctrica se encuentran la reducción del coste por kilómetro, sustancialmente inferior al de los vehículos de motor de combustión, y el hecho de que los vehículos eléctricos no contaminan, ya que no emiten CO2 a la atmósfera. También se elimina la contaminación acústica, un aspecto a tener en cuenta sobre todo en las grandes ciudades.

Dado el creciente auge de este tipo de movilidad, son necesarias las iniciativas que den servicio a sus necesidades como es la recarga de los vehículos eléctricos en  edificios residenciales, centros públicos o en la propia vía como las gasolineras tradicionales. En este contexto desarrolla su actividad NEWMOBILITY (www.newmobility.es), una compañía integrada nacida de la fusión de iniciativas de movilidad eléctrica, de profesionales del sector de la energía y empresas de ingeniería especialistas en proyectos e instalaciones eléctricas. Con su lema, “Nos mueve el aire que respiras”, NEWMOBILITY pretende contribuir a la calidad del aire y al desarrollo de la sostenibilidad dentro del sector del transporte.